Aprendí a valorar las cosas mucho antes de llegar a perderlas.
Supe cuanto valía un beso (uno de los de verdad) antes de que nadie me hubiera
obsequiado con uno. Recuerdo cosas que jamás han pasado y hecho de menos cosas
que no he tenido, personas que en realidad no me han dado nada y regalos que
nunca tuvieron sentido.
No me acabo de creer del todo eso de que ya no existen los
románticos, cuando de hecho sé que hay un lugar dónde todos ellos están
escondidos, y estoy casi segura de que cada uno está escribiendo una hermosa
sonata y un extasiable poema de amor.
Oh no, no me diréis que no es posible, que es cierto que el
romanticismo ha muerto, que las flores y los poemas ya no son necesarios. No es
posible. Me niego a vivir en un mundo donde el mayor éxito que puedo alcanzar
dependa de cuánto me ingrese dicho “éxito”.
Por eso, seguiré creyendo. Engañándome a mi misma si es necesario.
Que mientras tenga esperanza, y algo por lo que creer nadie me para.
Pulgas
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